domingo, 26 de octubre de 2014

¿Te conozco?

Hay algo en el universo que nos hace volver a encontrarnos, una y otra vez, en un espacio y un tiempo nuevos. Esta es una premisa que escribí algún tiempo atrás, y que se hace presente cada vez con mayor asiduidad en los tiempos que corren. Mucho se la ha relacionado con la reencarnación de las almas, con la creencia de que ya hemos transitado otras vidas y que otras más nos esperan por vivir.

Nada de esto puede comprobarse científicamente. Lo cierto es que cada vez son más los casos en que las personas comienzan a vincularse por mera casualidad, por ser invitados a un mismo lugar, por tener un amigo en común o simplemente por cruzarse sin querer en sus quehaceres cotidianos. En estos episodios de choque que pueden durar breves segundos, creemos reconocer esa mirada, esa sensación de que ya vivimos aquello con anterioridad. Por supuesto trataremos de justificar lo injustificable, aquel acto irreprimible de contacto visual y verbal con un otro que desconocemos, pero que así y todo creemos conocer. Inventaremos historias, intercambiaremos fechas y sitios en los que posiblemente podríamos habernos visto en el pasado. De todas maneras, nada de esto nos conducirá a la verdad.

Lo más cercano a lo que puede estar ocurriendo aquí, es que de alguna manera, en algún otro tiempo y espacio, en otra vida si se quiere, estas dos personas ya compartieron sus realidades. Y este encuentro azaroso que han tenido, este cruce de miradas que los desconcierta, no es más que una jugada del destino para que vuelvan a unir sus mundos, en esta oportunidad, en una nueva forma de vida terrenal. ¿Para qué? Lo descubrirán más adelante si se prestan al juego. Aunque de no hacerlo, tendrán altas probabilidades de seguir reencontrándose, otra y otra vez.

sábado, 25 de octubre de 2014

Ascensor

Timbre. Algo llega para mí. Tras diez minutos y algunos infructuosos llamados que se escuchan desde las alturas, llega al piso catorce el nunca bien ponderado ascensor. Completo -dice una voz no muy amable que viene del interior-. Cierro la puerta y entiendo que debo esperar el arribo de otro ejemplar.

Cuando al fin esto ocurre y logro abrir ambas puertas, otra voz, no mucho más simpática que la anterior, me pregunta: ¿Baja? Y por gentileza respondo que sí, aunque todos sabemos en este edificio que mi piso es el último. El obsoleto calabozo comienza a descender a paso lento. Para en el diez. Nadie abre. Pero justo cuando está por arrancar, cruje la puerta de madera cual si fuera arrancada de su emplazamiento y un niño se ocupa de abrir la segunda puerta plegadiza. Se oye un carrito que viene rodando por el pasillo del diez y llega. Efectivamente, madre e hijos, de los cuales uno en carro, se suman a los pasajeros de este viaje. Por cierto, el humor de la madre no es por demás armonioso.

Para en el ocho. Un pelado, con su perro a cuestas que no deja de moverse, ingresa al descenso, sabiendo que han superado el límite de capacidad, pero que, claro… “somos todos flacos”.

Piso quinto y primero, sí, leyeron bien, ¡Primero! En ambos casos se detiene el ascensor y hay que informar que va, por demás, completo.

Planta Baja. Se abren las puertas y una manada de gente, cual paparazzis, intenta subir a esa cosa antes de dejarnos salir. Hasta que por fin logramos ganar la batalla y estamos de una vez en tierra firme, el animal, su dueño calvo, el carrito bebé incluido, su alegre madre, su hermano, la vecina que me preguntó si bajaba y, finalmente, yo.

Yo, que sólo bajaba a recibir un pedido y ya tengo que emprender la subida en menos de un minuto. Mientras espero que el próximo vehículo me venga a buscar, por supuesto se va llenando la sala de espera. Y, para cuando logramos entrar los cuatro pasajeros permitidos, he quedado al fondo del asunto para emprender el ascenso.

Piso primero, sí, primero. Baja uno. Piso seis… baja otro. Y ahora, somos sólo una señora y yo. Piso nueve. Se detiene. Abre puerta plegadiza. Abre puerta de madera. Sale señora. Cierra puerta de madera. Pausa. Relean. ¿Están viendo lo mismo que yo? ¿No dan las cuentas? Recalculemos. Abre puerta uno. Abre puerta dos. Sale señora y cierra puerta ¡dos! Creo que no hay mucho que explicar. La señora viviría en carpa o supondría que el último pasajero debería ser el portero de cada persona que abandona el transporte.

Me dispongo a cerrar puerta uno y terminar de una vez por todas mi recorrido. Entro a mi departamento y a las claras, sin lugar a dudas… ¡Timbre!

martes, 21 de octubre de 2014

¿Dónde están todos?

Es una pregunta que me hago cada vez que piso una plaza o cualquier espacio verde en horas de la mañana de un día cualquiera. Son esos espacios que quedan vacíos durante la mayor parte de los días y que desbordan de multitudes los fines de semana. Tanto estamos acostumbrados a que la mecánica así funcione, que ni siquiera contemplamos la posibilidad de romper con ella. Tanto estamos hechos de rutina que no podemos dar lugar a caminos aleatorios que nos conduzcan y nos posicionen en sitios diferentes. Es cierto que hacerlo supondría cortar con muchos lazos que en un principio los consideramos como nuestro sostén económico, lo cual nos permite vivir con determinado estado o nivel social. Pero no deberíamos enviciarnos con ellos. No subordinarnos a un mandato, a una estricta costumbre cultural de que esto es y debe seguir siendo de esa manera inamovible. Somos nosotros los que sostenemos ese sistema que nos alimenta, no el sistema que nos sostiene a nosotros. Por lo tanto, deberíamos ser fuertes y en cualquier momento exigirle al sistema que nos obedezca como tantas veces le obedecemos a él. Somos nosotros “el jefe” de nuestros jefes, y no al revés. Porque sin nosotros nada de ello existiría. Grandes empresas insertas en imponentes edificios no son más que una máscara virtual de la mano de obra de quien hace las tareas día tras día, es decir, el empleado, lo que es lo mismo que decir que nosotros mismos. De manera tal que si nos seguimos sometiendo a una órden de arriba nunca vamos a poder destrabar esta paradójica situación del mandamás. ¿Son ellos quienes nos pagan un sueldo? ¿O somos nosotros que dejamos nuestro cuerpo y alma y que además les entregamos todo lo que producimos a cambio de una mínima parte de las ganancias que ello genera? La decisión es nuestra. ¿Comodidad y dejar que esto continúe a perpetuidad? ¿O damos vuelta la página y vemos de qué otra forma se puede contar esta historia? Para pensar.

viernes, 17 de octubre de 2014

Todo bien

Dos palabras se han puesto de moda en los últimos años. Sin saber muy bien por qué, hacemos uso de ellas muy a menudo cuando, por ejemplo, nos encontramos con alguien, lo saludamos, o inmediatamente luego del saludo, y más también durante la conversación, una y otra vez, como queriendo confirmar y ratificar concienzudamente que, de hecho, está todo bien.

Ahora bien, ¿cuál es la cuestión? Se nos olvida por un momento que de niños, cuando nos costaba mucho dar una respuesta larga a una pregunta, nos lo hacían todo muy fácil, de manera que contestemos sí o no. Incluso nos ayudaban a veces a dilucidar cuál las dos opciones nos convenía. Lo mismo hacemos hoy con nuestros chicos, cuando no saben qué responder le damos casi la respuesta en el enunciado. Y, sin ir más lejos, nos estamos acercando a pasos agigantados al tan trillado “todo bien”.

¿Buscamos el indefectible “Sí”? ¿Acaso no preferimos escuchar que sea el otro quien nos comente de verdad cómo se siente en ese momento, y siendo así entonces le proporcionamos en nuestra nimia pregunta la respuesta más acorde posible para nosotros? ¿Nos importa acaso la respuesta? ¿O sólo queremos ser cordiales y atentos cumpliendo con la mera obligación de haberle preguntado si efectivamente iba todo bien? ¿O será acaso que no nos animamos a una negativa, porque ello supondría quedarse horas hablando del asunto? Y, por supuesto, no tenemos esas horas…

No conformes con la respuesta de que “Sí, está todo bien…”, dejamos pasar unas cortas palabras, con suerte, y lo preguntaremos de nuevo con alguna creativa variante, que fluctúa entre: ¿tus cosas bien?, ¿laburo bien?, ¿la facu bien?, para volver cuando menos lo esperamos a “¿y vos todo bien?”

Se dice que como forma de romper el hielo y generar diálogo funciona a la perfección. Yo no estaría tan seguro. Un diálogo basado en que todo anda de maravillas no es muy profundo que digamos, solamente supone un falso ponerse al día con el compañero que tenemos en frente.

Sugeriría entonces, como alternativa, un mirarse a los ojos, analizar en un momento más la mirada del otro y tratar de ver: ¿De que va ese cruce que el destino nos hizo tener? ¿Qué podemos sacar en limpio de esa persona y de la situación real por la que esté pasando? ¿Qué nos podemos llevar y qué le podemos dejar para reconfortar su día?

Entiendo, con la mayor honestidad del caso, que las cosas así, funcionarían.

jueves, 9 de octubre de 2014

Nombres de perros

Domingo por la mañana, vamos a la plaza de nuestro barrio y nos disponemos a escuchar el silencio reinante característico de los días no laborables. Avanza lentamente el día y acompañado de un creciente repiquetear de uñas comienzan a aparecer repetidamente a nuestros oídos: ¡Nina! ¡Felipe! ¡Pancho! ¡Rulo!… Ahí están ellos, los dueños, en un incesante grito de llamado a sus mascotas que nunca vendrán, que nunca les harán caso, que insisten en gozar de un preciado momento de libertad, corriendo y revolcándose en el pasto fresco y mojado por el rocío.

Y así llega otro vecino, y otro y otro más, quienes se sumarán al colectivo llamado de restricción, de prohibición, de recato, de quietud, de represión, de deber, de intolerancia… Pero ¿a quién llaman en verdad? ¿No será tal vez una re-presentación de aquel grito que sienten retumbar en sus propios oídos día a día en sus trabajos, en sus viajes, en sus obligaciones, en las disposiciones que les genera la gran ciudad? ¿Será la fiel reconstrucción de esa orden, de ese mandato, de esa línea vertical que los atraviesa en cada despertar y hasta que sus ojos se cierran en la noche, y de la cual se sienten tan parte que ni osan escapar?

El collar está colocado, justo allí en donde una simpática cadena espera ser puesta para retener de un momento a otro a ese tosco animal, a ese ser a quien hasta ahora no deja de declamar su nombre aquel hombre o mujer que lo llevara, casi por inercia también como a sí mismo, a respirar un poco de sol.

La cuestión del primero

¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué tal o cual situación que repetimos a diario nunca vuelve a ser como la primera vez? ¿Qué sucede con esas emociones, ese deslumbramiento de ver nuestro proyecto recién iniciado, la primera página de nuestro libro, o la primera cena con quien sería más adelante nuestra alma gemela?

Todo lleva a pensar que esas virtudes que tiñen de perfección aquella imagen primera difícilmente puedan ser igualadas en las sucesivas. Y es así que pretender alcanzar una segunda primera vez en cualquier aspecto de nuestro camino, resulta utópico.

Siendo tal la cuestión de este artículo, quiero compartir con ustedes que, habiendo determinado el eje alrededor del cual iba a girar este blog, me dispuse a escribir una primera entrada. Y poniendo punto a final a la misma, una mala jugada de la corriente eléctrica hizo que mi pantalla se apagara y que no exista forma alguna de recuperar el texto original, que vale aclarar, fue escrito en una plataforma sin sistema de guardado automático. Pasado el mal trago, fue necesario reconstruirlo de cero recurriendo a la memoria.

Podría decirse entonces que, no por nada, este blog no posee un primer escrito. O en tal caso, que el artículo inicial no conserva las propiedades, la autenticidad y el encanto de aquel primogénito, que de tan ideal el mismo se perdió en el tiempo y hoy no es más que un lejano recuerdo.

Esto me da pie, incluyendo este artículo, a abrir otro interesante capítulo: el Ideal.

Todo fue y será presente

¿Qué escribir? o ¿qué contar? sería la pregunta inicial antes de encarar mi blog. No quisiera caer en la estructura común de clasificación en grandes grupos y ceñirme en una categoría de arte, social o política. Más bien quisiera hablar de algo más profundo y contundente que nos atañe a todos como seres humanos que somos.

Todo fue y será presente. Ese es un buen punto de ataque, dado que hablar de “tiempo” supone para nosotros una gran problemática que da lugar a muchísimas discusiones.

En este caso quiero hacer referencia a la necesidad del humano de inscribir todo su accionar en una línea de tiempo. Toda persona nace un determinado día, y pasado el ciclo en que la tierra gira alrededor del sol y llega nuevamente el mismo día calendario, cumplirá un año de vida. A su vez, dividirá a ese año en meses, y a estos en semanas y días, que se fragmentarán en horas, minutos y segundos.

De esta manera, todo su pasar estará sujeto a un momento determinado en el que, se cree, las cosas transcurrieron y ocurrirán, lo que llamamos “pasado” y “futuro” respectivamente.

A diferencia del espacio, el tiempo es tiempo desde que el hombre habla de él, lo que lo convierte en una invención suya y no en un descubrimiento. Decir que el tiempo existe desde un instante, supone por añadidura un momento anterior, y ya quedaría entonces anulado el concepto de inicio. Del mismo modo, pensar que todo terminará algún día, hace pensar en qué habrá “después”, lo cual destruye esos propios límites. El tiempo no puede autodefinirse.

A través de esta paradoja es que muchas veces pretendemos fragmentar y establecer tiempos para aferrarnos a la idea de que estamos delante de cosas que pasaron, y frente a lo que vendrá. Pero es justamente en ese lugar en el que estamos parados, en ese pequeño pasaje o lugar de tránsito entre lo que viene y lo que fue. A este lugar, que tantas veces se nos escapa de las manos, lo denominamos “presente”.

Y es aquí donde muchas veces nos angustiamos por cosas que ya han sucedido, o porque han sido de tal o cual forma; o porque queremos que otras situaciones ocurran de determinada manera. A través del tiempo es que tenemos la posibilidad de llegar tarde o temprano, o nunca; de dejar algo para mañana, saber que nos falta tiempo o que nos sobra.

Pero debemos comprender que todo aquello que hicimos en el pasado, ayer fue “hoy”. Y todo lo que hagamos en el futuro será “hoy” mañana. De manera que aquel “fue” y “será” son dos caras de una misma constante: el “hoy”.

Podríamos considerar nuestro pasar como una gran película en donde los fotogramas pasan de un carrete a otro, pero sólo uno es proyectado fugazmente en cada instante, y es aquel a quien vemos ante nuestros ojos, no al resto. En este sentido debo decir que lo veremos siempre y cuando prestemos atención, y no estemos considerando en totalidad lo que acabamos de ver o lo que está por venir.

Ese momento tan preciado, y a veces tan poco valorado es el presente mismo. Y entender que en ausencia del concepto de tiempo todo quedaría reducido a él, es entender que estamos y somos en un aquí y ahora constante, que todo fue y será presente.

lunes, 6 de octubre de 2014

No piensa quien no se detiene

No piensa quien no se detiene.
No mira, ve.
No escucha, oye.
No está, pasa.
No siente.